Llaman a la puerta, yo llevaba prisa pero aún así abro. Un señor y una joven.
Yo: Si son los del gas y la luz ya se pueden marchar porque estoy harto y no quiero nada.
Me mira la joven y dice con cara de indignación:
- Señor no nos ha dejado ni decir buenas tardes. Y todavía no le habíamos dicho a qué veníamos.
Me siento tocado en mi orgullo. Les he tratado fatal.
Yo: Buenas tardes, dígame.
Ella: Somos de Gas Natural.
Me dan ganas de cerrar de un portazo. Pero me contengo.
Yo: ¿Y qué quieren?
El señor: Era para ver si le estábamos haciendo los descuentos.
Pone cara de decir, te he pillado y vas a agachar las orejas por soberbio para pillar algo.
Y: No quiero descuentos de una gran empresa y no me los creo.
He cerrado. Pero me he tirado un buen rato cabreado por recibirlos tan mal ellos no tienen la culpa pero es que cada dos meses me mandan a alguien para asustarme por no firmar no sé qué de la compañía de pago de último recurso o no sé qué líos. La mensajera anterior me dijo con todo su morro (le aguanté el rollo 5 minutos sin cambiar de cara) cuando le dije que no pensaba firma nada y que las grandes empresas jamás miran por sus clientes, que somos limones en una fábrica de zumo:
- Pues no van a parar de venir.
Lo dijo como quien echa una maldición. Y se ha cumplido.
Oliverio.