La semana pasada llegaba a casa tarde en el metro y quedábamos muy pocas personas en el vagón. En la puerta más cercana a mí había un chico joven que llevaba lo que me pareció un "piercing" en el tabique de la nariz entre las fosas nasales, un poco más largo de lo habitual. No me gustan nada, me recuerda las marcas de las vacas en los pueblos. Me dedique a mirar a otros lados y cuando le volví a mirar no lo llevaba. Y se llevaba una mano hacia el bolsillo.
Era imposible que le hubiera dado tiempo a quitárselo con una sola mano y me percaté de que estaba acatarrado y se sorbía los mocos. Se bajó en la estación anterior a la mía y cuando las puertas del vagón se cerraron el supuesto aditamento estaba extendido en la puerta del vagón, más abajo del cristal gracias al cielo.
Cuando el metro llegó a mi estación salí por otra puerta.
Oliverio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario