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lunes, 1 de septiembre de 2014

Se acabó el verano.

Era pronto y la playa estaba desierta del todo, además el día estaba nublado. A lo lejos se veía un pescador con una caña. Me entretenía haciendo fotos a la hermosa vista y autorretratos con el teléfono. Cuando ya me iba me di cuenta de que había un adolescente sentado en una silla de ruedas mirando al mar. Al final me decidí y le pedí que me hiciera una foto. Accedió con una sonrisa tímida. Un mar azul lleno de futuro se veía en sus ojos.
Inicié mi regreso mientras me preguntaba como había llegado hasta allí solo. Volví la cabeza y me di cuenta de que otro chico joven se acercaba hacia él desde uno de los pocos automóviles que había.
Volví andando hasta el pueblo y cuando me aproximaba a las casas oí un ruido suave detrás de mi. Era la el ruido del motor de la silla de ruedas. Al llegar a mi altura el adolescente me dio con la cabeza en señal de reconocimiento. Le puse la mejor de mis sonrisas y le desee buenos días.
Los siguientes metros no pude ver mucho el camino porque yo no paraba de llorar.

Oliverio.

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