Llevo dos fines de semana volviendo en el búho a casa. Las dos veces me he quedado en la parte delantera del vehículo por falta de sitio y cuando había un espacio me sentaba. Los dos fines de semana me he arrepentido de volver en autobús.
Hace dos fines de semana un grupo de jóvenes masculinos en cuanto se percataron de que había dos chicas alemanas compartiendo el sitio ancho de los mayores, que está en sentido contrario a la marcha, empezaron a intentar establecer contacto. Ellas dieron un poco de pie al principio y capearon el temporal como pudieron. Los chicos fueron muy razonables menos uno que era un auténtico fenómeno de la caspa, era un batido entre Landa, Ozores, Pajares y tocino rancio. Las bromas de palabras españolas se centraron en cebolla, salchichas, fue penoso. Las chicas fueron elásticas en su relación, una de ellas parecía que no entendía nada de nada, mejor para ella. ¡Que plasta de tío!, Yo rogaba al cielo para que se bajaran. Pues no, aguantaron docenas de paradas hasta que se bajaron. Lo hicieron antes ellas. Y entre la bajada de ellas y la de ellos se bajó una chica que estaba sentada detrás del conductor. Los saludó y se apeó. Los tíos se quedaron muertos. Uno le preguntó al energúmeno:
- Pero ¿no era tu antigua novia?
El pedorro empezó a hablar mal de ella. Supongo que esa noche la chica durmió de maravilla.
El fin de semana siguiente íbamos muy pocos pero un tío en la parte trasera empezó a contarle a otro por qué había discutido con un amigo común. Bueno, contar, lo que se dice contar no lo hizo muy bien. Repitió una vez por parada que el otro le había pegado un puñetazo y el no se lo había devuelto, que no sabía por qué pero que no le guardaba rencor. Hablaba altísimo, lo oíamos todos menos el conductor en la cabina, eso creo, aunque nos llevó a tal velocidad que puede que lo oyera. Cuando ya lo había contado 15 veces todos entendíamos perfectamente el motivo de la agresión y y cerca del final hubiéramos contactado con el agresor para que lo repitiera con un puño americano delante de nosotros. Era un canso del tamaño de Torrespaña, no salía de un bucle y se explicaba de pena. Todos teníamos claro que el amigo traidor le había agredido y él no sabía por qué y que le daba igual, que era un tío guay. Se bajó donde los plastas de la vez anterior.
Cuando paso por esa parada me persigno por si aparece alguno. Hoy estoy en casita tan rícamente. El frío extremo me salva de otra experiencia extrema.
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