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martes, 13 de septiembre de 2016

Todo cabe.

Volvía de trabajar y esperaba en la parada del autobús. Y en el ratito de espera los jóvenes fueron protagonistas de tres hechos.
Tres chavalillos jóvenes muertos de risa miraban el recorrido de la línea de autobús y por su conversación me di cuenta de que querían subirse a otro autobús que para cerca pero no en el mismo sitio. Se habían perdido y tenían que volver a coger la línea en la que habían llegado pero no paraba exactamente en la marquesina. Se lo hice notar, me dieron las gracias y se marcharon hacia el otro lugar.
Mientras cuatro chicos daban la vuelta de sentido a un coche que no arrancaba. Empujaban para ponerlo en dirección cuesta abajo. Pero esperaban pacientemente a que pasaran los golpes de circulación que arrojaba el semáforo.
Empecé a oír música tipo regatón cada vez más nítida por la calle. Venían tres chiquillas vestidas muy parecidas con un altavoz del tamaño de una bolsa de compra " A mi me gusta la mala. La que con su mirada me llama. Empieza bailando en el club. Y lo terminamos haciendo en mi sala ¡Qué mala!" La canción no me gustaba nada. Y ellas iban muy malotas por la calle con su música bien alta. Seguro que si su abuela les pide que lleven una bolsa así de grande con pan para una vecina le dicen que ni locas.
El autobús arrancó por fin, los chavales perdidos me dieron con la mano desde su asiento y yo les incliné la cabeza en señal de reconocimiento. El autobusero paró para que los chicos que empujaban el coche averiado acabaran de colocarlo bien para intentar arrancarlo. Lo empujaron lo suficiente y le dieron las gracias al conductor.
El coche arrancó y en la lejanía vi llegar mi autobús.

Oliverio.

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